1. INICIO
Desperté un 10 de junio por una palpitación en el pecho.
Se proyectaba aquel día un tanto sombrío: las gotas de lluvia eran particularmente espesas y mis tímpanos especialmente sensibles.
Toda mi piel se acongojaba ante el mínimo roce.
Mi nariz traducía toda ventisca como sudor rancio, y mi boca sentía mis ácidos estomacales.
Mi ánimo: malhumorado.
Las variables recién descritas no significaban, en realidad nada, lo perturbador ocurriría veinte cuadras hacia el sur de mis aposentos: almuerzo laboral con el organigrama completo.
Un encuentro desdichado.
Salí, por ese motivo, indignada, y maldije cada uno de mis pasos. Maldije también las gotas y, como no, a mis compañeros de trabajo.
En fin: un desastre de día.
Pero algo ocurrió esa mañana, el destino desvió mi rumbo.
Frente a mi ojos, un cartel que decía:
Conferencia magistral: La batalla por democratización de la voz en el espacio público.
Dr. Thero Callejas.
Horario: 12:45 p. m.
Lugar: Sala Omega del teatro XXCVI
Entrada gratuita
Me dirigí con ánimo resuelto hacia la actividad, a pesar de mi rechazo por las conferencias magistrales: cualquier bodrio resultaba útil para evadir mi compromiso.
La sala Omega resultó bastante amplia para la cantidad de público: 45 humanos más el conferencista.
Thero Callejas agarraba su café como un ratón a su queso: con firmeza. Sus ojos, rápidos, escaneaban la escena como si buscaran posibles enemigos.
Sentí una levísima pena por Callejas.
Luego, sentí una pena rotunda: a los pocos minutos del inicio, desapareció. Así, sin más: se esfumó de la escena.
Algunos restregaron sus ojos para refrescar la mirada, otros se pusieron de pie para cambiar de perspectiva y buscar al hombre con la vista.
Un niño rió, otro lloró, una joven exigió desaparecer también, y una pareja de amantes aprovechó el tumulto para tocarse una y otra vez.
Un hombre dijo ser el novio del desaparecido: buscó debajo del podio, sobre las butacas, entre medio del techo, bajo la alfombra. Por minutos se movió con la flexibilidad de una serpiente, hasta que asumió la pérdida. Entonces, corrió hacia el organizador de la conferencia y le preguntó: “¿¡dónde está mi amor!?”
El organizador trotó hacia la puerta, la abrió, la cerró tras su espalda y se esfumó.
No había respuestas.
Sí teorías.
Según una persona, el aire chupó al hombre: lo pulverizó hasta convertirlo en nada, hasta hacerlo parte de todo. Así: nada y todo frente a sus ojos, un error en la matrix.
Un niño le preguntó a su abuelo: ¿Y si se volvió invisible? ¿Y si tiene poderes? ¿Y si no es humano? ¿Y si esta realidad no está sola?
El abuelo respondió al cielo: idiota, idiota, idiota, idiota y le dio un rotundo manotazo en la cabeza.
Mi idea fue la siguiente: éramos víctimas de una elaborada cámara indiscreta.
De pronto, para mi total sorpresa, un joven de aspecto alargado subió al podio, epicentro del siniestro y dijo, con micrófono en mano:
“Lo que acaba de ocurrir, señores y señoras, niños y niñas y jóvenes en general, es obra del Tiempo, quien poseyó al pobre hombre y aceleró su movimiento. Nuestra limitada vista, incapaz de percibir tal rapidez, solo atisba vacío. Sí, gente, para nuestra percepción, el sujeto no está; pareciera haber sido sacado de escena y puesto en otra dimensión. Debo decir, para la tranquilidad de todos los presentes, que el hombre sigue aquí, moviéndose por el espacio, incomprensiblemente veloz”.
LLegado este punto, no encontré mejor decisión que esconderme tras bambalinas: observar y escuchar la hecatombe recluido cobardemente.
Desde allí, pude ver:
- Al niño pegándole un codazo al abuelo.
- A la pareja de amantes interrumpir su abrazo.
- Al novio pálido.
- Al perro rascarse la cola.
- A la persona de la hipótesis del aire mordiendo sus uñas.
El joven de aspecto alargado perturbó mi concentración:
“Yo sabía que el hombre desaparecería frente a nuestros ojos. Yo mismo desaparecí frente a los ojos de muchos. El Universo da al Tiempo cada quinientos años la posibilidad de materializarse. Sí, oyeron bien, hace más de 500 años fui poseído por el tiempo. El Tiempo me usó”.
Luego, engrosó su timbre, lo elevó y dijo, con el patético orgullo de quien monta al caballo:
“¿Que cómo estoy aquí? He domado al tiempo”.
“Mírenme bien”, continuó. “Yo era así de joven hace 500 años. Mi historia es triste. Mi historia es tan triste como la de un humano que muere virgen. Soy Tenorio, tenía diecisiete años cuando el tiempo tomó mi cuerpo y me llevó a explorar por el eterno espacio aquí en la Tierra. Mi carcaza, mi piel, mantiene la firmeza de la adolescencia y mis órganos funcionan a la perfección, mas mi esencia se compone de la sustancia oscura y pulcra de una vida que carga una experiencia de más de quinientos años”.
Dicho esto, el joven miró a la audiencia: todos atentos.
Prosiguió.
“De un momento a otro, desaparecí, y quienes me veían jamás me volvieron a ver. Yo sí a ellos, ya les explicaré. Repito, y lo repetiré cien veces si es necesario: fui víctima de la “Posesión del Tiempo”. Así nombraron al ingrato suceso los pocos humanos que han investigado y perseguido el tema. Miembros de la logia Tiempo, que han rastreado el suceso a través de la historia. Generaciones que han guardado la información en una gran biblioteca de paredes escarlata, cuyo símbolo de ocho infinito cuelga de un péndulo en la mitad de la sala, un péndulo flácido y decorativo como mi pene que, por culpa del Tiempo, jamás usé. Ya les contaré”.
El novio corrió hacia el joven, lo agarró de la camisa y le preguntó:
“¿Qué podemos hacer?”
Tenorio respondió:
“Para traerlo, necesito ayuda, no podemos perder más tiempo. Quienes me crean, quédense, quienes vean en mi rostro la locura, largo de aquí”.
En menos de un minuto, 36 de los testigos emprendió la huida.
Se percibió un leve desorden a la salida: una sola puerta y 75 manos intentaban abrirla. Una joven manca, desesperada pero algo más lúcida, utilizó su mano para agarrarse el pelo, y rompió el vidrio de una patada.
Pocos gritos y extendida ansiedad.
Sin embargo, en la sala quedaron:
- El niño
- La pareja de amantes
- El novio
- El perro
- La persona de la hipótesis del aire
Y, por supuesto, yo, absolutamente perpleja.
2. DESARROLLO
“Sin más, abro la ronda de preguntas y respuestas”, dijo Tenorio.
Todas las manos se alzaron, menos dos: la del niño que, con la cabeza apoyada en la mano, y la mirada al infinito, divagaba en silencio a modo de estatua renacentista.
“Tranquilos, tenemos algo de tiempo aún”, dijo Tenorio con una leve sonrisa. A pesar de no ser necesario -la acústica del lugar era excelente y no había ruido más que el suyo-, el joven no se despegó en ningún momento del micrófono.
“Que comience la ronda”.
- ¿Qué era de tu vida cuando fuiste poseído por el tiempo?
“A mis quince años era un humano común. Me despertaba, iba al colegio, fantaseaba, me excitaba, jugaba con los límites de la ética y la moral; empujé a un compañero discapacitado, reí con el divorcio de mis padres. En fin, me barajaba entre el bien y el mal. El día de mi desaparición, me juntaría con una hermosa mujer. Había reunido plata para un motel: entraría a otro cuerpo. Sin embargo, horas antes del acontecimiento, desaparecí. Sin más, se me arruinó el plan y la vida. Desaparecí en la farmacia con los condones en la mano izquierda, que cayeron en el acto de la desaparición. Los testigos me buscaron con la mirada unos segundos, pero abandonaron el misterio cuando la fila avanzó”.
2. ¿El tiempo se apoderó de tu mente?
“El tiempo se apoderó de mi cuerpo, ya lo dije, mi mente se mantuvo intacta, vacilando entre la locura y la cordura extrema. Siguiente pregunta”.
3. ¿Qué sentiste?
“La explosión y el placer del estornudo, primeramente. Luego, el vacío, mi cuerpo parecía flotar al moverse por el espacio”.
4. ¿Cómo lograste controlar al Tiempo?
“Con concentración logré bajar la velocidad, y usarla a mi favor. Antes, el tiempo me llevaba veloz por donde quisiese; fui su patético peón. Esa esclavitud duró casi 400 años. Luego, tuve que investigar cómo expulsarlo. Siguiente pregunta”.
5. ¿Hay un tiempo? ¿Qué pasa del Tiempo cuando posee a sus víctimas? ¿Cómo sigue todo funcionando si el tiempo está disfrutando de la materialidad de la existencia?
“Disciplina y cautela, niño. Una pregunta a la vez. ¿Crees en la linealidad?, niño, ¿en lo individual? El tiempo es el gran Tiempo. Una pequeña proporción de él experimenta aquí, otra proporción en galaxias lejanas. Lamento desilusionarte: una parte de ti está aquí, otra mayor, en otras realidades, otra menor, en el denso bajo fondo”.
“Esto es mucho”, dijo el niño, y volvió a la pose fría de la estatua.
6. ¿Por qué le echas la culpa al tiempo de no haber usado a tu pene? Podrías haberlo hecho hoy, o ayer, o cuando volviste.
“Mi pene, por motivos gravitacionales, se ha estirado. Es largo y delgado como un espagueti. Puedo dar fe: si entrase, apenas cosquillearía las paredes húmedas. Eso sí, con esmero y la presión correcta, podría apretar el milagroso botón interno de damas o caballeros. Pero su aspecto pálido y flácido impacta a la vista, lo que me convierte en un indeseado pretendiente. Mis testículos han pasado por similar deformación, y cuelgan como dos tristes bolsas de té usadas en cientos de tazas: ligeras, oscuras, exprimidas. Debo decir, sin embargo, que mi lengua también se ha estirado, lo que me podría convertir en un docto realizador de placeres orales, mas la práctica solo ha ocurrido en sesiones solitarias. Puedo unir, por ambos largos, mi lengua con mi pene, lo que me ha llevado a gratas experiencias, que no mostraré por recato. Que pase la siguiente pregunta”.
7. ¿Qué cosas positivas sacaste de la posesión del tiempo?
“Les digo: en estos quinientos años he recorrido cada centímetro de la Tierra, cada roca, cada casa, cada inescrupulosa escena; he visitado funerales, nacimientos, me he sumergido hasta el fondo del mar y he llegado a los límites del cielo; he estado en aviones, motos, he observado coitos interrumpidos y accidentes catastróficos. He aprendido a moverme rápido, a quedarme estático, he controlado la velocidad. He visto almas salir del cuerpo, a espíritus traviesos y a entes oscuros. He visto más allá de lo evidente. El tiempo me utilizó para sentir la brisa, el agua, la tierra y el fuego. He sentido y he visto todo”.
8. ¿Visitaste a tus familiares?
“Pude ver a mi madre y padre porque el Tiempo me llevó a ellos por azar. Estaban decrépitos. Recién a los 400 años desde la posesión, pude controlar al Tiempo, quien me había llevado a pasear a su gusto. Cuando pude controlarlo, fui en busca de descendientes. Nada interesante, mi familia desapareció. Siguiente pregunta”.
9. ¿Comías? ¿Tomabas agua?
“Cuanto el tiempo me poseyó mis necesidades físicas se anularon, no así las mentales, como la necesidad de goce, que no pude saciar. ¡Otra pregunta!”.
Todos en silencio, menos mis tripas, camufladas por la lluvia.
3. FIN
Tenorio, de pronto, levantó la voz, y apuntó un dedo a la audiencia:
“Todos los aquí presentes saciaron sus inquietudes, no así el perro, que me mira desafiante. Debo decirles, con algo de decepción, que preguntaron nimiedades. La pregunta correcta hubiera sido: ¿cómo traemos al sujeto de vuelta? Lanzaré sin más la solución al problema.
Bien, he logrado meterme a la gran logia a buscar la solución, en un intento desesperado por ser un héroe. Junto a la solución, pude robar el mapa donde se encontraba el punto exacto de la próxima posesión, que acabamos de ver. Bien. El secreto que han guardado y que robé es el siguiente: hay que tentar al Tiempo. Por ello, cada uno de los presentes, deberá invocarlo de la siguiente forma: primero, deberán decir: Oh, Tiempo. Luego, dar un argumento sólido de por qué deberían ser poseídos. Sí, oyeron bien, tentarán al villano de ser su presa. Pero, en el momento exacto de la posesión, cuando el Tiempo suelte al joven conferencista, haré un movimiento maestro, y el tiempo quedará fuera. Tengo un segundo para hacerlo, si no, quien haya dado un buen argumento, quien haya tentado al Tiempo con éxito, será poseído. Pero no se preocupen, calma, confianza. En caso de que eso ocurra, habrá otra oportunidad de tentarlo, y una segunda y final oportunidad para hacer mi movimiento maestro y anular la posesión. El pobre Tiempo, entonces, tendrá que esperar otros 500 años para poseer, pero esa no será mi causa, me encontraré, como todos los presentes, convertido en tierra. Comencemos. ¿Quién será el primer héroe? Niño, tú. Invoca al Tiempo. En caso de no ser tentado por tus argumentos, el Tiempo no vendrá”.
“¿Cómo sabremos si el Tiempo decide poseerme?”, preguntó el niño.
“Buena pregunta. La luz comenzará a apagarse y se escuchará un leve silbido, un frío se instalará en nuestras rodillas, anunciando su llegada. Dale niño, invoca al tiempo. Confía”.
El niño, algo confundido, abrió la boca:
“Oh tiempo. Poséeme. Mi abuelo, tutor eterno, es un idiota. Mi abuela, tutora ya casi finita, es una idiota. Me encuentro en la Tierra entre dos idiotas que me castigan por hablar. Oh tiempo, en esta vida nada tiene sentido. Creceré, y seré el tutor de un niño idiota, ya se sabe que los niños crecen en oposición a sus padres. Me he desarrollado con una inteligencia nunca antes vista en mi familia, y una sensibilidad superior. Ya lo dije, todo quien me rodea, es víctima de gran estupidez. Oh Tiempo, llévame de esta horrorosa existencia, por favor”.
No ocurrió nada en la escena. El nerviosismo generó una extraña humedad tropical, derivada de los sudores humanos.
“Todo mal”, dijo Tenorio. “Posiblemente diste pena. Que pasen los siguientes: la pareja. Pareja, hablen, y convenzan al Tiempo de ser poseídos”.
La pareja de amantes, unida por las manos, se acercó al podio. Abrieron la boca al unísono y deslizaron:
“Oh, bello tiempo. La vida es una hermosa sinfonía, caminamos al unísono, somos dos en uno, damos dulces pasos en nota la. Poséenos, pues junto a ti, seremos tres en uno: un bello ente que recorrerá los paisajes más hermosos de la tierra, palpitando un hermoso ritmo. Oh, Tiempo, somos el amor condensado, la ternura materializada, somos almas que danzan. Oh, Tiempo, somos aves de paraíso, faisanes que unen sus colores para crear una gran obra: la pintura del amor. Aves que trinan un dulce canto, el canto más dulce jamás escuchado. Oh, Tiempo, un mes llevamos juntos, un mes que hemos debido escondernos. Sin embargo, un amor puro, oh, Tiempo, un amor dulce y salvaje”.
La pareja de amantes terminó la declamación con un largo beso que me descompuso.
La sala: caliente. La luz: prendida. El sonido: seco. No hubo muestras del Tiempo.
“Gente”, gritó Tenorio, “hasta ahora, hemos fracasado. Que pase adelante la persona”.
Al ser llamada, la persona de la hipótesis del aire subió al podio. Y comenzó:
“Oh Tiempo, he exprimido al máximo mi carne en la tierra. He tomado vinos para levantar mi espíritu. He comido mermeladas para levantar mi ánimo. Me he inyectado elixires que me han dejado con la boca abierta, sumida en el placer. Oh Tiempo, nunca te domaré, pues ser domada es lo que me gusta. Recorreré dichosa junto a ti cada hueco de la Tierra. Oh, Tiempo, soy una persona alegre. Oh tiempo, hazme tuya”.
Un leve frío comenzó a tomar la sala y, de pronto, todas las rodillas se congelaron. Un silbido agudo entró por cada una de las orejas. Tenorio tartamudeó palabras incomprensibles e hizo un movimiento con el brazo izquierdo. Fue entonces cuando la persona de la hipótesis del aire desapareció y, en su lugar, apareció el joven conferencista.
El novio corrió a sus brazos, lo agarró de la mano, y lo llevó a la salida: desaparecieron.
Tenorio miró a los presentes con ojos de miedo y asumió: “He fallado, gente”. Bien, existía esa remota posibilidad. Los nervios tomaron mi cuerpo. Ahora, no hay nada que hacer. Todos han tentado al Tiempo, ya no quedan posibles héroes, solo el perro”.
Todos miraron al perro, que dormía en una esquina. Tenorio se acercó a él, lo despertó, y le dijo: “todo está en tus patas, querido amigo. Yo no lo invocaré, no pienso volver a perderme. Todo está en ti. Invoca al Tiempo y traeremos de vuelta a la persona”.
Por compromiso a mi existencia, me mantuve firme tras bambalinas.
Desde allí vi, sin culpa alguna, cómo el perro miró a Tenorio, le regaló un pequeño gruñido, dio vuelta la cabeza, acomodó su cola, y se entregó dulcemente a los brazos de Morfeo.
En ese momento, sentí una palpitación en el pecho. Se proyectaba aquel día un tanto sombrío: las gotas de lluvia eran particularmente espesas y mis tímpanos especialmente sensibles.
Toda mi piel se acongojaba ante el mínimo roce.
Mi nariz traducía toda ventisca como sudor rancio, y mi boca sentía mis ácidos estomacales.
Mi ánimo: malhumorado.