¡Cadetes! – grita el Capitán a boca tiesa al grupo de Guardiamarinas perfectamente formados en la cubierta – la vida de mar es una cosa y la del marino es otra, uno conoce para comer y el otro para encontrar la debilidad del enemigo, dominar y conocer la forma de asesinarlo. Al hombre de mar dejalo sin comer y será derrotado tarde o temprano. El marino entrega la vida por su objetivo y eso lo hace invencible. ¡Ustedes señores hoy no comerán, pero serán marinos y serán héroes! Las gaviotas, Mejillones, Corbeta Abtao, Escuela de grumetes,1935.
G: Papá despierte, mire tenemos visitas.
L: ¿Don Arnaldo? ¿Qué pasa Don Arnaldo?
Don Arnaldo es un viejo marino postrado que no puede ver el mar, conserva su uniforme bajo el colchón y despierta de golpe. Por años ha mimetizado en sueños sus días en Mejillones, maniobra onírica que lo deja tranquilo, le amarga las mañanas y que solo los inválidos comprenderán. Don Arnaldo adora las instituciones porque algo logró en la Armada, lo que quiere decir que aguantó abusos por mucho tiempo para llegar a dar órdenes, esto le hace incapaz de aceptar que otras generaciones no estén dispuestas a pasar lo que él pasó y menos aún que tengan la opción de no hacerlo. Pero la vida del marino es la del héroe y con tal de no ser víctima se empeña desde su cama en ser el victimario del hambre sexual de su amado y sumiso hijo a través de espejos colgados en las paredes.
El gordo cuida de su padre, lo ama, no importa lo que le diga o le haga porque él le dio todo, está viejo y no se puede mover, por eso abraza su deuda con la esperanza de vida de Don Arnaldo, rellena empanadas con locos y un sofrito de cebolla y rabia que deja pasada toda la cuadra, toda la quinta región de Valparaíso, la culpa no le dejaría soltarlo como cualquier jubilado de puerto. Fuma cigarrillos colgando de la ventana de la cocina, punto ciego sin espejos, no por miedo, sino para evitar la gritadera absurda. A pesar del cautiverio, el gordo disfruta viendo al viejo debilitado y medio cagado, lo pone caliente imaginar el día en que abordará a la Lucrecita en sus narices, pero triste en el que se muera, por eso le pasa con cuidadito la afeitadora por el cuello y se desquita con las moscas de la cocina.
Renca, 2001.
Mi padre nunca fue marino, pero poníamos espejos en los marcos de las ventanas para revisar desde adentro el portón que separaba Vicuña Mackena con el patio de la casa. Un día estábamos viendo el partido de Chile contra Venezuela en la cocina cuando se escuchó un ruido, mi papá fue a ver y los espejos no estaban. Había un taxi esperando afuera que se llevó al que le llegó el balazo, eran cuatro, viejos pa andar robando. Yo miraba a la Javiera revisar el piso, los alambres, la cunetas y recoger todos los pedazos de espejo de la tierra seca en busca de algo que los obligase a volver, una prenda, un aro, alguna cadenita capaz de dar en un romance.
El gordo mucho de amor no sabe, pero sabe que el secreto de la cocina es esperar el momento en que se sueltan los olores, que la gracia es tener paciencia y no adelantarse ni pasarse del momento justo en que se agrega un condimento o se aumenta la intensidad del fuego. Uno se acostumbra, se acostumbra a esperar, a mirar, a sentir el momento justo cuando todo está a punto.
La Lucrecita es la vecina de Don Arnaldo y su hijo, es abuela, enviudó hace unos años, acortó dos dedos su falda esta semana y tiene una voz que pocas veces se impone al sonido de las olas, clara, imperceptible y amable a la vez, a veces se le oye llamando a Sultán, su gato, en un tono celeste caramelo que se ha ido perdiendo en Chile. No recuerdo si fue en el primer gobierno de Bachelet o Piñera la última vez que una señora me habló así.
Yo era muy chico y no me preocupaba en lo más mínimo lo que no veía, de alguna manera la exaltación de mi papá me tranquilizaba, lo sigue haciendo, así que me quedé con él a pesar de que mi verdadera prioridad en ese momento era el partido, igual estaba tranquilo porque siempre daban los goles al final. Volvimos todos en silencio a la cocina, mi mamá prendió un cigarro y la tele al mismo tiempo, yo sabía que el partido había terminado hace cinco minutos, lo que es nada para un periodista deportivo con la oportunidad de concluir la transmisión, el gran final; pero ese partido Chile perdió 2-0 contra la peor selección de Sudamérica, fue la primera victoria venezolana de visitante en un partido oficial, Chile quedó eliminado, el comentario duró poco y el 7 no transmitió el compacto de la vergüenza.
Me quedé esperando frente a la tele, todos se acostaron, dieron el tiempo, comenzó la repetición de Amores de mercado y yo seguía ahí pegado a la tele. No habían otras luces prendidas en Renca, mi papá me fue a buscar, estaba claro que no incrustarían el resumen del partido en la mitad de la teleserie, pero algo me hacía perseverar, no perdía la esperanza. Por desgracia tiendo a pensar que las cosas pueden mejorar, lo que me ha hecho esperar demasiado.
Las eliminatorias al mundial de Corea Japón 2002 son las peores en la historia de la selección chilena. En la casa ahora vive una pastora evangélica que se hizo canuta después de que agarraron al Cabro Carrera, un narco con el que estuvo casada por varios años y que se hizo famoso porque en un clásico su caballo le ganó al del director de investigaciones y lo encerraron unos meses después. El bandido de la Javiera nunca llegó a rescatarla de la irritante inocensia de la casa paterna, ella no lee nunca y si te atrasas te deja botado, eso que ha tenido malos amores.
Es navidad en Valparaíso, el gordo y la Lucrecita susurran coqueteos mientras bailan al ritmo de las órdenes de Don Arnaldo que los llama desde la cama para mostrarles la luna reflejada en el espejo. Luna luna dame fortuna repite la Lucrecita deseando no morir sola, Don Arnaldo inmóvil añora el día que la Armada lo saque de ese departamento mugroso y le reconozca sus méritos con una residencia con vista al mar. Por su parte el gordo le pide que se muera el viejo pronto. Tengo tantas ideas, tantos proyectos, pienso en tantas cosas, cosas que me gustaría hacer en el futuro – le dice a la luna sin mover ni un centímetro de su sonrisa.
φ Vicente Camus (Santiago, 1994). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile y es uno de los integrantes de De Goya.