Días de descanso. Bárbara Núñez

 

La teoría dice que por cada siete días de turno tienes siete días de descanso. Suena una medida justa, pero no lo es. En la montaña, el tiempo pasa más rápido que a nivel del mar. Los más avanzados relojes atómicos incluso han logrado comprobar esta ralentización del tiempo comparando un objeto puesto en el suelo con otro ubicado a unos pocos centímetros más de altura. Aún no he hecho la prueba y desconozco si tenemos relojes atómicos disponibles para entretener mis ocurrencias, pero para mí la equivalencia es esta: un día en el observatorio son tres días a nivel del mar. 

La estancia máxima permitida es de 14 días. Si necesitas más tiempo, por alguna razón técnica muy justificada, debes bajar a Antofagasta aunque sea por 24 horas y no hagas más que mirar el mar y las animitas urbanas: mi favorita es la de San Lorenzo, con su roca gigante clavada en la vereda y una escalera hecha con el mismo material. Cuando pregunté por qué solo 14 días, alguien me respondió: “cabin fever is a thing, young lady”. 

Vuelvo al aeropuerto de Santiago y me recoge un taxi que me deja en la puerta de mi edificio. Cuando el taxista me ayuda a bajar mis cosas y se despide, me dice: “hasta luego, buen descanso”. 

Ya tengo cara de trabajadora del norte. Los primeros años nadie me decía “buen descanso” y ahora es frecuente que pase. Me gusta que se note, porque nadie puede decir que no he paleado ripio. Cuando era muy delgada, mis compañeros de informática me mandaban a lugares recónditos del telescopio a buscar cables perdidos o disfuncionales, muy probablemente mordidos por ratones altiplánicos. 

Un telescopio es un edificio de varios pisos con ascensores, escaleras varias, puertas secretas, montacargas y subterráneos. Un telescopio también es una muñeca rusa. Puedes desmantelarlo por capas y capas hasta llegar a una casita con una puerta demasiado ínfima para ser intencional, donde encuentras un servidor potencialmente malo y un par de herramientas que su dueño daba por robadas.

También me ha tocado bucear buscando en bodegas que parecen supermercados para personas extremadamente altas: un espectrógrafo de 1980, un interferómetro de 1979, un reflectómetro del 1996 y un detector de actividad fotométrica del que nunca supe el año. Muchos de los objetos pesan toneladas y, aunque los movió alguien más, de igual forma aprendí a usar la grúa horquilla. 

Habiendo demostrado mis habilidades por más tiempo de lo que el calendario indica que ha pasado, me desmorono en mi cama. Desde que descubrí que he estado alargando mi vida sin habérmelo propuesto, el descanso se ha tornado un tema serio: uso sábanas y fundas de varios cientos de hilos, mantas con peso, tapones de oído, cápsulas de magnesio y por supuesto, quetiapina. Leo a Virginia Woolf hasta que todo lo anterior haga efecto en mi cuerpo. Woolf ha escrito la palabra asueto demasiadas veces en este texto y he tratado, por flojera, de inferir su significado. No lo logro y la palabra me bombardea con sus apariciones, manteniéndome despierta: asueto, asueto, asueto. El asedio se acaba cuando apunto la palabra para buscarla al día siguiente en el diccionario y termino por caer dormida. 

 

Asueto: interrupción temporal por descanso del trabajo, los estudios u otra actividad habitual, especialmente si dura un día o unas horas. “Día, tarde de asueto.” Vacación, fiesta. 

 

Habiendo demostrado mis habilidades por más tiempo de lo que el calendario indica que ha pasado, me desmorono en mi cama. Desde que descubrí que he estado alargando mi vida sin habérmelo propuesto, el descanso se ha tornado un tema serio: uso sábanas y fundas de varios cientos de hilos, mantas con peso, tapones de oído, cápsulas de magnesio y por supuesto, quetiapina.

 

Sueño con un edificio de Avenida Los Leones que tiene un jardín precioso en el primer piso. Toco el timbre y le pido al conserje que me deje husmear las plantas. Solo las quiero mirar. Están distribuidas de una forma intencional, bella, de museo. Por supuesto, tal edificio no es así en la realidad.

En mi calendario, se amontonan las actividades para los días consiguientes de asueto: un taller de acuarela, una visita al terminal de flores, sesión de kinesiología, una mañana en un Museo de Artes Decorativas de Recoleta y almuerzo en el barrio coreano, terapia con la sicóloga, práctica de yoga, almuerzos con amigas, onces con mis suegros, pelambres con mi familia. 

Por último, hora con la fisiatra. La doctora me recomendó permanecer 15 minutos al día tirada en el piso. Dice que un rato sin pelear contra la gravedad puede ayudar a combatir el dolor. Los opioides son rápidos y eficaces para los tiempos del obrero a nivel del mar, pero el cuerpo funciona en tiempos distintos según la geografía en la que esté él y en la que esté la mente. Cuando calzan los paisajes de ambos creo que se obtiene paz mental. No podría hablar del espíritu aún. En fin, me hace sentido que los descansos sean placenteros y me hace más sentido aún que mi descanso eterno sea enterrada, ojalá muy cerca del centro de la Tierra. 

Después del desierto, siempre vienen los sueños verdes. ¿Es una necesidad incondicional de la mente acercarse a ese color o es parte de una melancolía genética por los tiempos de cazadores-recolectores? El tiempo más verde en el observatorio fue cuando pasó el cometa. Casi todo octubre vimos su estela esmeralda cayendo al atardecer, prueba casi irrefutable de que tenía magnesio, muy similar al que tomo para dormir. 

El verde es descanso, pienso.

Get updates

Spam-free subscription, we guarantee. This is just a friendly ping when new content is out.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *


Notice: ob_end_flush(): failed to send buffer of zlib output compression (1) in /home/odradekc/public_html/wp-includes/functions.php on line 5471

Notice: ob_end_flush(): failed to send buffer of zlib output compression (1) in /home/odradekc/public_html/wp-includes/functions.php on line 5471