
De Brigitte Bardot sé lo siguiente: compartimos el mismo día de cumpleaños. Ese dato que hoy funciona como tema de conversación en las reuniones sociales marcó gran parte de mi adolescencia. A los 16, en pleno auge de sitios como FFFFOUND!, We Heart It y Tumblr, dedicaba parte importante de mis tardes al scrolleo de imágenes aesthetic que luego guardaba en carpetas ordenadas de acuerdo a sus temas. Aquella colección fragmentada la percibía como una extensión de mi identidad, tanto como lo eran las canciones de mi reproductor de mp3 o los zapatos que usaba para ir a bailar.
En ese entonces, decoraba los cuadernos escolares con fotos impresas de los rostros de distintas musas del cine y la música que seleccionaba de mi querida colección. En el restringido entorno escolar, ese fue uno de los medios a los que eché mano para diferenciarme de mis pares. De entre ellos, mi favorito era el de Brigitte Bardot. Había encontrado una foto a color de la diva francesa en todo su esplendor juvenil. De melena rubia, flequillo cortina y un lazo rojo que coronaba su cabeza, se convirtió en la portada de mi cuaderno de Historia. Con los ojos perdidos y la boca solo un poquito abierta, parecía estar a punto de susurrar algo.
Poco sabía yo de ella hasta que descubrí que había nacido un 28 de septiembre, al igual que yo. De todos los días en los que la Tierra da su imperfecta vuelta al Sol, llegamos a coincidir en ese día. Mi impresión fue tal que lo tomé como una señal del destino: parte de su coquetería y encanto debía también poseerlo yo. Vi en esta imagen de la actriz el “ideal encarnado” al que se había referido Martín Cerda y estaba dispuesta a comprobar hasta qué punto Venus y Bardot me habían facilitado sus dones.
Tomándola como referente y sin mucho resguardo, me entregué al juego adolescente de lanzar miradas perdidas a quienes me parecían atractivos y disfruté recibir esas miradas de vuelta. La imagen de Bardot se convirtió en una cómplice de mi juvenil coqueteo escópico y en un recordatorio de mi necesidad de ver a otros y ser vista en mi incipiente singularidad.
Mi impresión fue tal que lo tomé como una señal del destino: parte de su coquetería y encanto debía también poseerlo yo. Vi en esta imagen de la actriz el “ideal encarnado” al que se había referido Martín Cerda y estaba dispuesta a comprobar hasta qué punto Venus y Bardot me habían facilitado sus dones.
Como el protagonista de una novela de Ogai Mori, entendí lo que significa cultivar una especie de vanité y ponerla en acción: “A veces, cuando muevo los ojos de cierta manera, hombres mayores de conocida testarudez ceden con asombrosa facilidad”. Había descubierto en una imagen el poder de una postura y un gesto, y me sentí conocedora de una fuente secreta de sabiduría de la que debía de beber con cuidado.
Existe toda una historia del cruce de miradas con las imágenes y del peligro que este representa. Tanto Horst Bredekamp como Hans Belting explican el poder que tienen las imágenes para tomar posesión simbólica del cuerpo de quien las observa, reclamando con ello una vida para sí.
Antiguamente, se tenía la costumbre de recubrir las imágenes –particularmente aquellas que mostraban formas antropomorfas– porque se consideraba que tenían la capacidad de atrapar a quienes las veían, generando en ellos una pérdida de noción de sí. Da Vinci lo relacionaba con el amor y la fascinación que podían llegar a suscitar. El artista, sobre una pieza velada, observaba: “No descubrir, si amas la libertad, porque mi rostro es cárcel del amor”.
Horst Bredekamp, respecto a esto, desarrolla que las imágenes hablan y exigen una reacción de quienes las observan, reacción que se propaga en el cuerpo y se canaliza a través de él. Belting, por su lado, llama “animación” a este acto de percepción posesivo. Animar significa otorgarle a las imágenes un espacio simbólico en nuestros cuerpos, para proporcionarles con ello una vida.
La Bardot joven aún vive en mi cuerpo tanto como sus gestos expresivos. A ambos los recuerdo de vez en cuando, cuando del cruce de miradas con extraños resurge en mi mente ese cuaderno de Historia.