Tú también eres una chica Playboy. Agustín Herrera

En un espacioso jardín con vista a la bahía Burleith Arm, se ve a una mujer de casi sesenta años conduciendo un tractor verde frente a su casa. Bajo un arreglado sombrero de paja, viste un vestido blanco con diseño broderie inglés que cae elegantemente sobre unas botas de cuero que le llegan hasta abajo de las rodillas. Maneja con calma entre el juego de luces y sombras formado por la luz del sol y los robles, abetos y cedros que limitan la colina sobre el mar. Pamela Anderson, luego de álgidas décadas en el ojo del huracán hollywoodense, se dedica, entre otras cosas, al cuidado de su casa natal a la que ha vuelto a vivir en Ladysmith.

Una joven Pam de veintidós años, evidenció los efectos sociales de la apariencia física luego de viajar casi cien kilómetros de su tranquilo pueblo natal y asistir a un partido de fútbol americano con un grupo de amigas en Vancouver. Investigaciones sociales de comienzos del siglo veinte ya habían descrito el poder que otorgamos como sociedad a la belleza, por ejemplo, suponiendo a la gente atractiva como mejores personas, e incluso ofreciéndoles más posibilidades para acceder a ciertos puestos de trabajo. La audiencia del estadio dejó de prestar atención al movimiento del balón entre los jugadores cuando en la pantalla grande apareció Anderson vistiendo un crop top azul verdoso con la marca Blue Zone de la cerveza canadiense Labatt. El deslumbramiento fue tal, que la hicieron bajar a animar un sorteo realizado durante el juego, cuya exposición permitió que fuese contactada posteriormente por Marilyn Grabowski, editora de la revista Playboy.

 

Con el creciente reconocimiento a su belleza, también llegó la fama, el dinero y una confianza hasta hace poco inusitada sobre sí misma y su cuerpo. Pamela dice descubrir no solo lo bien que luce, sino lo buena que es luciendo bien. Es en dicho hallazgo dónde descubre cómo aquello que somos se sostiene sobre la imagen de nosotros mismos construida en la retina ajena. En el ejercicio de dicho descubrimiento, Pamela le saca provecho a su apariencia y la manipula con inyecciones de silicona y cirugías estéticas. Sus voluminosos pechos y su trabajado cuerpo, si bien son un tema permanente en las entrevistas que le hacen en televisión  –desdeñando el carácter reflexivo que también caracteriza a la modelo– la mantienen activa en el panorama hollywoodense a través de la serie Baywatch y más portadas para la revista para adultos.

 

Voces más conservadoras que menosprecian con la risa a la ahora actriz, argumentan en contra del uso de la cirugía estética por su evidente superficialidad. Sin embargo, dicha temerosa defensa sobre la pretendida naturalidad del cuerpo y su envejecimiento, banaliza el histórico desarrollo que han tenido las intervenciones con fines estéticos y, sobre todo, le resta importancia al uso que hemos hecho de la técnica para la transformación de la naturaleza y de nosotros mismos. Pamela Anderson no solo nos recuerda la idea rousseauniana de que la mejora de sí es constitutiva de lo humano, también le saca provecho al reconocer los efectos estéticos de dicha mejora.

 

A mediados de los años noventa, y en un punto álgido de su trayectoria, se encuentra con el músico estadounidense Tommy Lee, con quien se casa en una playa de México a cuatro días de conocerse. Ese mismo año se divulga en internet un video con múltiples escenas sexuales entre el matrimonio cuyo robo la justicia desestimó por ser ella la protagonista. Pamela rememora en este suceso otros eventos de violencia sexual que sufrió en su vida, y durante un tiempo teme perder haber perdido ante la caricatura que la prensa ha hecho de ella. Con una voz nasal suave, y con actuada ingenuidad, se las arregla para esquivar el tema en las entrevistas y poner sobre la mesa temas medioambientales y en defensa de los derechos animales. El golpe de la filtración genera una debacle en su carrera al ultrajarle el control que tenía sobre su imagen, no obstante, su dominio en el juego de las apariencias le permiten reunirse con Putin para detener la importación de piel de focas, o entablar una amistad con Julian Assange a través de la diseñadora Vivienne Westwood.

 

Pam ha vuelto a ser noticia al renunciar al maquillaje, realzando la naturalidad de su belleza. A pesar de que dice estar feliz en su hogar de la infancia, se ve inquieta. No confundamos como frívola su notoria  –y dolorosa– capacidad de autocreación. Tras sacudir el barro de sus botas, entrar a la casa y descubrir un sedoso pelo rubio, la actriz y modelo deja notar un rostro enrojecido sin una gota de maquillaje, ni siquiera el insigne delineado negro de sus ojos con el que apareció en su primera portada de Playboy hace más de tres décadas. 

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