Prohibiciones
Hablar con extraños, mentir, comer con la boca llena, sentarme con las piernas abiertas. Robar, matar, deshonrar a mi padre y a mi madre. Los viajes largos, los dedos en la boca, las uñas en la boca, la cama, la siesta, las leyes, la religión, los altos cargos eclesiásticos, las series largas, la televisión, los juegos de mesa; los juegos en general. La desmesura, la profecía, la pobreza, lo incierto, la vida al aire libre, los ejercicios físicos, las carreras de caballos. La confabulación y los trabajos aislados. La velocidad, las apuestas, los fanáticos políticos y toda clase de fanáticos. Los estudios superiores y la dependencia.
Modo imperativo
Que cierre la puerta o la abra ya no tiene importancia. Aunque yo preferiría que quedara abierta para escucharlas decir que han salido con sus tías a tomar helado. No me la cierren. Mejor dejenla abierta. Un poquito nomás. Así, justo así: dibujo en forma de V
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Para convencer a X que me traiga el café a la cama primero me despierto de un salto. Me sacudo con fuerza hasta que me doy cuenta que lo he despertado. Le pregunto cosas triviales pero no lo suficiente como para que la respuesta sea breve. Preguntas sin respuestas, no porque no las tengan sino porque la respuesta, sin importar el caso, me molestaría lo suficiente como para iniciar una discusión ciega. Cómo siempre exijo una respuesta, X se levanta a calentar el agua.
Falsos cumplidos
Lo que me gusta del chistesito ese es la forma en cómo levanta la voz después de pronunciar la palabra hermoso y la forma en cómo se asoman sus paletas al mostrarle algún texto o artículo en el diario que me ha causado risa. Es como una voz juvenil, en realidad adolescente que expresa cumplidos; cosas que hacen bien para el autoestima. Una vez alguien me contó que la mejor forma de minimizar a un posible enemigo era diciéndole toda clase de halagos; casi como si fuese imposible contenerse. Él sabía los efectos que todo eso producía, y además cuando lo hacía, lo hacía levantando la voz después de pronunciar cada palabra.
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Cada vez que tiro la cadena, el wáter emite un sonido agudo que pareciera venir de lejos. Es como un aullido: un sonido que trae la imagen de una boquita abierta y estirada en forma de U. Cada vez que tiro la cadena, ese sonido se lleva –para mi sorpresa –un pedacito de mí.
Por tu nombre
Me gusta pronunciar su nombre y apellido cuando discutimos; cuando peleamos en serio y yo tengo argumentos de sobra.
Para dirigirse a alguien por el nombre y apellido la persona debe importarnos lo suficiente. El acto, totalmente injustificado cuando no hay lugar para las confusiones o alcances de nombre, le da un matiz absurdo y ceremonioso a la escena. A la vez, existe algo sumamente personal e íntimo al reclamar a alguien por el nombre y apellido. En mi caso es un recurso teatral, histérico y totalmente absurdo que me permite reclamar la atención del otro cuando se han perdido ya los turnos de habla; y algo más que no logro identificar. Quizás esto se deba al efecto que produce pronunciar el apellido del padre; decir el nombre completo sería una exageración, además que perdería su efecto.
Imagino la escena en los países anglosajones donde la mujer toma el apellido del hombre al casarse. Un acto hermosamente posesivo si se pronuncia como suena en mi cabeza.
Me interesan todos los efectos que esto provoca a la hora de los enfrentamientos, pero sobre todo, la extrema complicidad que sugiere llamar a alguien por su nombre y apellido.