
Pero, qué repentino rumor de alas azoradas, qué murmullo,
qué furioso chapoteo se oye debajo de la límpida superficie.
Fausto, Goethe.
El mito iniciado por el propio Beuys dice que días después de que su avión de combate se estrellara en Crimea, una tribu de Tártaros lo rescató de la nieve, todavía inconsciente. Su rescate, se desarrollaría mediante la simulación de una piel sobre su cuerpo llagado, hecha con fieltro de liebre y grasas lácteas. Un cuarto de siglo más tarde, Beuys se deshizo de esa piel que hizo de incubadora, convirtiéndola en una serie de cien trajes de fieltro.
El desguace es un trauma en que la piel se desprende del cuerpo, dejando músculos, grasa, órganos y huesos a la intemperie. Se descubre allí una dualidad sobre la sensibilidad y el tacto; si usualmente pensamos en las terminales nerviosas del cutis como los puntos en los que captamos lo adverso y lo favorable, el órgano del placer y el dolor, una vez desprovisto de ella, el cuerpo se retuerce y comprende que, al mismo tiempo, se trata de una coraza blanda:
Los durmientes no pueden sufrir daño alguno.
Vaciamos nuestras pieles y nos internamos
En otro tiempo.
SYLVIA PLATH
Los durmientes
El desprendimiento de la piel presenta al mismo tiempo la oportunidad de una introspección en tercera persona –como tocarse a sí mismo a través de un espejo– y el descubrimiento del inverso de la trama.
La piel sin cuerpo tiene el potencial de vestir todo aquello sobre lo que se posa. El cuerpo sin piel es mudo y antipático. La imagen es repelente, puede resultar forastera en exceso, o bien estar bañada de una intimidad onírica. La mañana de la víspera de navidad de 1960, Pizarnik se halla penitente; “Hoy desperté viéndome como un cuerpo sin piel, una llagada que anda por el mundo y solicita que le peguen duro y fuerte” (Diarios de A. Pizarnik). Aquí el despellejado aparece como el cuerpo del vicio, la confesión del deseo profundo de dañar a otros. Observar el objeto inerte al interior de una taxidermia basta para comprender la potencial abyección oculta en las profundidades subcutáneas.
Sube al bus una mujer con sus dos hijas pequeñas. La mayor tiene unos diez años y la parte posterior de su cabeza está casi completamente cubierta por la cicatriz de una quemadura de tercer grado. Allí no crece el cabello rubio que cubre el resto de la cabeza. Su hermana menor, de unos cuatro años, habla en voz muy alta, recordando a su madre que debe administrarle paracetamol dentro de dos horas. La niña quemada posee una belleza tan vampírica como infantil cuando pide a su hermanita que hable más bajo. El hechizo proviene de las profundidades y la piel se torna intrascendente. Versos de Borges: “Repito que he perdido solamente/ la vana superficie de las cosas”.
Estratos que sujetan unos tiempos con otros II
Artista: Catalina Duhalde
Descubrir el inverso de la trama, porque en la piel se dibujan rasgos de un yo profundo. En Caín, la marca que atestiguaba su crimen contra el hermano, lo protegía también de la violencia de otros que quisieran vengarlo. Por su parte, el tzaraat, lepra ritual; hace alusión a una serie de desfiguraciones de la dermis producidas por cierta impureza espiritual. El caso emblemático del Pentateuco es el de Miriam, hermana de Moisés, leprosa y cuarentenada por burlarse de la piel negra de Séfora, su cuñada.
En ocasiones recordando que es a veces facultad de los dioses convertirnos en bestias, metía la mano debajo del velo para ver si mi piel tenía el tacto de la de un gato, o mi nariz el de un hocico de perro, o si habían empezado a salirme colmillos de jabalí.
C. S. LEWIS, Mientras no tengamos rostro
Still Life
Artista: María Karantzi
Reservado
Artista: Florencia Raffo
Fantasía en plástico
Artista: Almendra Díaz
Ya no descubro figuras en las nubes, ni trazo siluetas entre grupos de estrellas para formar constelaciones; encuentro en su lugar figuras, signos y sintagmas en las cicatrices y marcas orgánicas de mi piel.
En La vida tranquila de Marguerite Duras, Francine, de veinticinco años, se marcha al Golfo de Vizcaya, lejos de la morbidez de su familia. Junto al mar, examina su cáscara “fresca, grata al tacto, preparación perfecta”, descubriendo allí el placer de las “riquezas comunes” que le han sido quiméricas.
Susana mordió a su madre y le abrió la piel. Le hice curaciones; entre sus pelos duros y pardos aparecía una ventana hacia un interior macabro. Allí, la temperatura era visible, una caverna roja y húmeda de tales dimensiones que podría haberse llenado con algodones o con agua. La solución definitiva fue un pegamento similar a La Gotita, que unió ambos lados del zurco hasta que la piel se regeneró por sí misma.
Y como ella le hiriese con puños y talones,
se llevó hasta su cuarto el sabor de su piel.
tARTHUR RIMBAUD
Los poetas de siete años
Aspectos de una relación
Artista: Isidora Miller