Posted on: Julio 25, 2024 Posted by: odradek Comments: 0
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La noche del 19 de marzo de 2011, Mauricio Rua cayó noqueado por Jon Jones, quien a los 23 años se convirtió en el campeón más joven de la historia de la UFC. De allí en adelante, Jones se especializó en romper récords y masacrar a sus oponentes. Ver luchar a Jon Jones es un espectáculo. Domina las distancias y los ángulos. Sus codos cortan como cuchillos la cara de sus rivales. Sus llaves tienen el poder suficiente para estrangular a una leyenda como Lyoto Machida, o para someter en el primer round a un peleador temible como Ciryl Gane. Mi mamá siempre me pregunta cómo puedo disfrutar del box y las MMA, pero es que las peleas de Jon Jones son un ritual. 

En su ensayo “En cuerpo y en lo otro” Foster Wallace menciona que la belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo, son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana, que bien podría llamarse cinética. Esta belleza no guarda relación con el sexo o la esquiva simetría, sino más bien con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener un cuerpo. Es cierto que el boxeo es una práctica en la que el cuerpo es al mismo tiempo arma, bala y blanco, pero a pesar de que los combates se disputen con el cuerpo, siempre se ganan con la cabeza. La anécdota de Gabriel A. lo prueba. Tipo inquieto, Gabriel se apunta en cuanto taller y clase lo mantenga lejos del tedio. Practicó jiu Jitsu, boxeo, canto y danza, hasta que llegó al gentil, pero letal arte del muay thai. No llevaba ni un mes practicando boxeo tailandés cuando lo hicieron subir al ring. El round número uno fue el único que alcanzó a disputar, porque a punta de low kicks su rival lo hizo abandonar el cuadrilátero, mientras Gabriel apenas podía secarse las lágrimas con los abultados guantes aún puestos. Más que el dolor, en su renuncia fue crucial el hecho da saber que lo estaban golpeando y que lo seguirían haciendo. En la pugna interna, decidió huir en vez de luchar. No podemos culparlo. Puedes jugar al ping-pong, al hockey o al futbol, pero no puedes jugar a subir al ring. La cantidad de boxeadores muertos en combate y de lesiones brutales que experimentan los peleadores prueba esto. Por lo mismo, el mindset o la mentalidad del peleador es el punto que lo hace un atleta diferente. En el caso de Jon Jones, su mentalidad es el rasgo que lo distingue de otros peleadores. Un gesto que lo demuestra, es que nunca, ni en los pesajes oficiales ni antes de pelear, mira a los ojos a sus oponentes. Dice que es por una cuestión de respeto, pero tal vez lo que evita es perderse en el abismo de una pupila negra. Se sabe que si uno mira fijo al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Otro gesto curioso es su posición al inicio de cada combate, con pies y manos sobre la lona. La primera vez que lo hizo fue contra el intimidante Rampage Jackson en su pelea por el campeonato del peso semipesado. Jones comentó que solía tener pesadillas donde era noqueado en los primeros 30 segundos una y otra vez. Soy un gran fanático de la psicología del deporte, comentó en una entrevista, y llamé a esos pensamientos rojos. Cuando tenía un pensamiento negativo, lo cancelaba con un pensamiento positivo. Y la idea de ir agachado hacia su oponente, como merodeando, era lo único que no había hecho en sus pesadillas, porque en todas entraba caminando. Me puse de rodillas y automáticamente cancelé todas esas pesadillas, concluye. En ese encuentro, Jones estranguló a Jackson con una llave mataleón en el cuarto round, y la pelea fue galardonada como “pelea de la noche”. 

Esta belleza no guarda relación con el sexo o la esquiva simetría, sino más bien con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener un cuerpo. Es cierto que el boxeo es una práctica en la que el cuerpo es al mismo tiempo arma, bala y blanco, pero a pesar de que los combates se disputen con el cuerpo, siempre se ganan con la cabeza.

En “El Valor y el miedo” Natalia Ginzburg dice que el valor nos conduce hacia adelante y el miedo hacia atrás. En los deportes de contacto el control del miedo es fundamental antes, durante y después de la pelea. No se trata de anularlo, sino de controlarlo a través del entreno. Cuando le preguntaron a Jon Jones si aceptaría un combate con el camerunés Francis Ngannou, poseedor de la pegada más potente de las MMA, demostró un dominio total de la ansiedad. Dijo que el camerunés daba miedo, pero lo peor que podía hacer Francis Ngannou era romperle los huesos de la cara y ya. Para Jon Jones, si la pelea se daba, ideal.

La mente de Jon Jones es su privilegio, pero su mindset, como una espada de Damocles, lo vuelve tan invencible como indisciplinable. El gran campeón americano pasa metido en problemas, es un constante dolor de cabeza para Dana White, presidente de UFC, y un peligro para sí mismo y su familia. En septiembre de 2021, la policía de Las Vegas arrestó a Jones a eso de las cinco de la mañana en el hotel Ceasar Palace por darle una paliza a la madre de sus hijas, quien no quiso dar declaraciones ni interponer denuncias de ningún tipo, a pesar de las manchas de sangre en su vestido y en su boca. El 2012 chocó en estado de ebriedad su Bentley contra un poste. El 2015 se saltó una luz roja e impactó a otro auto donde iba una mujer embarazada y se dio a la fuga. En 2020, fue detenido por manejar borracho con un arma de fuego y como el alcohólico más vulgar, ha prometido públicamente dejar de beber una y otra vez. Al parecer, la prodigiosa mente de Jones palidece ante el alcohol y revela su debilidad. El Estado con sus leyes no logra disciplinar a Jon Jones, pero el mercado con sus millones tampoco puede. Tras estos escándalos y otros embrollos relacionados con el consumo de cocaína y esteroides, Nike y Reebok retiraron sus patrocinios de Jones, quien llora y se defiende como gato de espaldas a través de Twitter. 

En el caso de Jon Jones, su mentalidad es el rasgo que lo distingue de otros peleadores. Un gesto que lo demuestra, es que nunca, ni en los pesajes oficiales ni antes de pelear, mira a los ojos a sus oponentes. Dice que es por una cuestión de respeto, pero tal vez lo que evita es perderse en el abismo de una pupila negra. Se sabe que si uno mira fijo al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Otro gesto curioso es su posición al inicio de cada combate, con pies y manos sobre la lona.

Me parece que Jon Jones calza perfecto en el debate que separa a la obra del autor. Al igual que Mariana Henríquez con Burroughs, no me cuesta reconocer que Jon Jones es un atleta memorable, pero memorable también es su idiotez. Hay un video donde Jones está en una tienda de ropa con su hija. Él graba con su teléfono una pila de jeans color “Black Negro”, pero el campeón apenas da crédito a lo que ve. Sorprendido ante el pantalón racista, no duda en calificar la situación como asquerosa en pleno 2020. Muchos se burlaron de Jones por no saber que black es negro en español, y vieron allí una muestra de estupidez. Yo también creo que al campeón le faltan algunas luces, pero no creo que sea por no saber. A fin de cuentas, la tontera no está relacionada con la ignorancia, sino con la persistencia.  

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