La vecina del 3A sigue harta de sus días con sus noches de clausura. También anda constipada de angustia y encendida en su dolor: teme no salir del encierro oliendo a intemperie.
Uno la entiende. Esta mierda a todos nos hermana. O no.
No nos hermana esta mierda de peste, sino que nos define. Nos pone frente a un espejo, y un espejo es siempre duda y estrés.
Quizá solo sea un mensajero el espejo y lo odiemos por eso.
Ya se sabe, la conciencia es la pesadilla de la naturaleza. Y la vida una serie de muertes y resurrecciones.
Así que para qué todo y para qué nada.
Con el oído pegado a la pared la oigo decir (a mi vecina): “Qué bonito será emigrar con este individuo; parece delicado de salud: le cuidaré yo, que soy robusta; me lo agradecerá: me cobrará mucho afecto, y ya siempre seremos amigos”.
Se refiere a mí. Tan dulcemente.
Pero sospecho que su vida no es reinventar la vida sino resucitar sus zonas muertas.
El vecino del 4C tiene 14 años; le estoy escuchando decir que Chaplin fue un chantajista emocional.
Lo escucho claramente, las paredes de este apartamento son de fino papel. De fumar, casi.
El mundo, dice el adolescente, es una esfera cuyo centro está en todas partes.
Si no quieres que te copien no lo subas a la red, le dice la mamá.
Tal como lo pinta Defoe, al universo no lo gobierna la pasión, sino la necesidad, le responde el hijo.
Es verdad, le dice la mamá: en la California de los años setenta, Timothy Leary sostenía que llevar una vida religiosa sin LSD era tan absurdo como estudiar astronomía sin espejos.
Y se escucha a la madre despachar un violento saque, y al hijo colmarla de atenciones.
La vecina del 2D. Mujer educadamente odiosa y vagamente humillante. Se reprime porque sabe que la escucho.
Pegado a la pared la sigo y la escucho, pegado a la pared de cartulina de mi casa.
Mi casa no es su casa, me susurra.
No sé qué decir: en mi cabeza hay una asamblea que habla.
Así que así son las horas de encierro en Madrid. Esto. Devaneos retóricos de mierda.
Mientras tanto, eso sí, se podrá leer todo el tiempo todo y divagar todos los divagues, no obstante el meteorito 98 OR2 se acerca a la tierra a 30.000 km por hora. Es potencialmente peligrosa esta roca tarada según la clasificación de objetos cercanos a la tierra (NEO) de la NASA.
Se la espera en breve, con todos los honores del planeta, los honores restantes.
Mejor sigo a lo mío. Abro otra página:
Bésame, Joe; no te quedes ahí parado.
Él la besó, mientras la luna de California sur atravesaba toda clase de sureñas y californianas cortinas. Él era Joe Mayer.
Escritor independiente.
Yo, el del 4B, me quedo horas leyendo chorradas como éstas, mientras afuera el mundo se desbarranca.
Yo me creo todos los universos posibles. Me los creo de creer y me los creo de crear.
Soy la vecina del 2D. El vecino del 4B es paraguayo, un veterano adicto a las drogas.
Futurible próximo cadáver. Estoy convencida de que los riders de Glovo son sus dealers y que se salta así la cuarentena. Un listo.
A las 20 en punto de la tarde nunca aplaude al personal médico y sanitario. Sé lo que veo.
Y lo que no escucho también lo sé. Lo podría ver desde mi balcón, aplaudiendo, pero nunca está; qué le costaría aplaudir: nada.
Pero bien que techno y farlopa a las tres de la mañana.
Su hija lo vino a visitar en Navidades, para qué. Lo mismo que igual, peor incluso. Los ojos brillantes.
No es por nada, pero para mí los aplausos tienen una función catártica y una causalidad social. Se basan en la idea de que no habrá nunca una solución global a problemas locales; pero que sí son posibles, lo cual no es poco, soluciones locales a problemas locales.
Soy el adolescente altamente reflexivo del 4C.
Esta putada de cuarentena no significa sino lo que es. Nada aderezada. Un arroz sin cosas.
El conflicto entre la centralidad subjetiva de nuestras vidas versus nuestra conciencia de su insignificancia objetiva.
Sí, los grupos de oración en streaming irán al mismo sitio que el pájaro dodo, el bisonte americano y el art decó.
Y nosotros aquí, encerrados como ganado en este edificio de la calle Amnistía 6, 28013; todos tan dóciles, ofrendando al vacío pajas ornamentales. Hacemos semen de la ruina, qué se pensaban.
No me muevo de mi cuarto ni de mi cama.
El uruguayo de arriba, ¿o paraguayo? (da igual), no se mueve de Netflix. Su ordenador con parlantes:
Kevin, hay solo una cosa que me gustaría saber. Somos tus amigos. Hace años que lo somos.
Solo una cosa: ¿Por qué bebes tanto?
La verdad no sé por qué diablos lo hago. Supongo, más que nada, porque me aburro.
Vamos acabando. Soy el presidente de la comunidad de vecinos; mi camello me acaba de enviar un wasap, largo.
Guy Debord -dice el mensaje- cuenta la historia de un amigo que deambula a través de la región alemana de Harz mientras sigue ciegamente las direcciones de un mapa de Londres, mapa que subvierte al asignarle un propósito que no era el suyo.
Qué lindo. Pero podrías esforzarte en encontrar al menos mi puta casa, le escribo.
Porque lo sé: sólo una convicción rabiosa deriva en salvación nerviosa. Así que -le escribo- haz lo que quieras como sea cuando sea pero vente tú por favor vente. AHORA.
Vamos a ver.
Yo soy el dealer. El puto amo, digamos.
Soy consciente de que el deseo se activa ante la falta; llevo años en esto. Y que cuando todo está dicho, exhibido, se diluye la reserva de sentido que incuban los espacios vacíos.
Pues que se llenen de vacío los yonquis, no me muevo ni a empellones de esta casa. Me da igual que todo les sea nada, que sean retóricas sus rayas. Seré 24/7 miserable.
Vale, sé que los cuellos de los ahorcados se estiran desmesuradamente por el peso del cuerpo, y que el rostro congestionado enseña una lengua completamente negra.
Que me quiten la lengua los ansiosos.
Me lavo las manos, no me muevo de casa. No pienso moverme de casa, de mi casa; meses después de la peste: en mi casa.
Y mi madre es un pez.
* Se han robado, y deformado, textos de: roabastos/emiliapardobazán/goldsmith/carrere/bukowski/fosterwallace/panero/kim jong-un/maxjacob /ticioescobar/yourcenar/bernhard/faulkner.