Posted on: Abril 6, 2020 Posted by: odradek Comments: 0
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I. Encuentro casual con el concepto de mano blanda

Hace algún tiempo, un amigo de humor compatible, hizo un gesto facial de absoluto desprecio luego de haber estrechado la mano de un sujeto.

La escena fue la siguiente: el sujeto se acercó a la mesa, hizo un gesto de saludo general a mi persona y entregó su mano izquierda a mi amigo. Mientras lo hacía, se estampaba un calco de sonrisa en su cara; vale decir, sin sonido. Con esto, quiero decir: el esqueleto de lo que serían unos labios felices.

Según mi tajante apreciación cerebral y querida intuición: una sonrisa vacía, en su totalidad falsa. 
En cuanto el sujeto siguió su rumbo, el desprecio se plasmó en el rostro de mi amigo.

Entonces pregunté: “¿Ah?”.

“Mano blanda”, dijo.

Ante mi desconcierto, prosiguió:

“Mano blanda -silencio-, mano entregada sin fuerza -silencio-, mano de la que hay que desconfiar”. Mi apreciación cerebral y querida intuición habían apuntado hacia la misma dirección; por ello, el concepto mano blanda se instaló para no irse jamás.

El tema quedó ahí y proseguimos con la interesante conversación que el sujeto de mano blanda había interrumpido: un fantasma le había hecho, recientemente, una zancadilla a mi amigo, quien casi cayó de hocico.

Se encontraba él caminando hacia un evento relacionado al fantasma. Cuando, de pronto, sintió un azote en ambas rodillas que casi lo derrumban. Lamentablemente, debo mantener en secreto la identidad del fantasma, pues hacerlo público desencadenaría conflictos mundanos en la vida de mi amigo (fantasma: conocido escritor).

Prosigo con lo que aquí me convoca: 

Luego del episodio, el concepto mano blanda se mantuvo latente, mas no germinó. Hasta hace algunos días, cuando irrumpió por segunda vez en mi existencia, de manera robusta.

La escena fue así: 

Me encontraba yo en el cumpleaños de una querida amiga. Un  ser -mi acompañante- se sentaba a mi lado. A ratos, yo podía -gracias a mi apreciaciones cerebrales y mi querida intuición-, notar cómo mi acompañante expelía disgusto por sus poros. Mas bien, para ser precisa, noté cómo su cuerpo desprendía oleadas de energía de rechazo. Lo cual, traducido a la escena, significaba una cosa: no soportaba al sujeto que se encontraba frente a nosotros. Este sujeto, el rechazado, hablaba de manera exuberante, con elocuencia: tenía puesta la máscara del dominio; por ello, llevaba el cauce de la conversación grupal: autoproclamándose, de esta forma, como el protagonista de la velada. Sus anécdotas, en su totalidad, giraban únicamente en torno a sus vivencias (modelaje, capacidades físicas, etc.).

Como suelo reírme con lo que ocurre a mi alrededor -cuando mi ego no se siente ofendido y hace berrinches, es decir, cuando no tomo las escenas en serio- me reía con las proclamaciones del protagonista, a pesar de la soberbia que arrastraban sus palabras.

Antes, debo decir, que tomar las situaciones sin trascendencia con seriedad es aburrido: lucho día a día por no caer en los abismos.

Prosigo:

El grupo se reía, mas no mi acompañante. Lo que ocurrió luego es fundamental: al irse el autoproclamado protagonista, estrechó la mano de mi preciado acompañante, quien dijo al aire: “¡No puede ser!”, con el tono del desprecio. Mismísimo tono de mi amigo, el enemigo del fantasma.

¿No puede ser qué?, pregunté intrigada.

Mi acompañante respondió: “Dio la mano blanda, lo que faltaba, no es una persona confiable”.

La mano blanda, entonces, no solo existía, sino que era desaprobada absolutamente por dos seres queridos. Lo que me llevó a lo siguiente: ¿Qué significaba? ¿que se esconde detrás de la imposibilidad de dar una mano firme?

Me zambullí de lleno en la búsqueda de una respuesta, que derivó en una breve, pero concisa, investigación.

II. La investigación

Sorprendida por la relevancia de la mano blanda como símbolo a despreciar, me contacté con mi amigo. 

Le conté acerca de mi investigación.

Sus palabras, grabadas con mi celular, fueron tajantes.
Aquí las dejo:

“El hombre de mano blanda es el sujeto más desconfiable que puede existir. Es un ser despreciable. Hay algo en darse la mano que tiene que ver con la energía. Al dar la mano, se equiparan energías con el otro: al darse la mano, la energía queda trasparentada, y no va a ser usada en contra del otro: es un gesto de declaración de buenas intenciones. Por ello, si se está en ese trance, y el otro pasa una mano fláccida, helada, resulta desconcertante. El otro, entonces, no transparenta sus intenciones. En vez de eso, uno, lamentablemente, tantea un montón de cartílagos cubiertos por una piel helada y sudorosa, como la pata de un pollo. Generalmente, la mano blanda está acompañada de un tipo de sonrisa, un poco bovina, supina. Es muy extraño”.

Además, me alertó:

“Hay otra estrechez de mano de la que hay que desconfiar: cuando el otro da la mano de manera fugaz, con solo dos dedos. Una evidente muestra de desprecio”.

III. Impacto de la investigación en mi existencia  

Por encarnar el papel de mujer me he visto desprovista del potente método para desenmascarar a malhechores. He sido arrastrada sin decisión al mundo de los besos en los cachetes.

Nunca más.

Si bien no he podido comprobar si los seres de mano blanda, aludidos, son, en efecto, nefastos, he decido confiar en los argumentos de mi investigación y en los dos seres con los que suelo reír.

Desde hoy, por mi propio bien, y como método para descifrar intenciones -y de esta forma evitar malos momentos futuros- daré la mano a todo ser que se presente frente a mis ojos. 

Espero, sin duda alguna, no darla de manera blanda.

Sin más, declaro intención y brindo por ello.

 


 

φ María Pía Escobar (Paraguay). Estudió Periodismo y luego Literatura en la Universidad Diego Portales. Trabajó como asistente editorial en Hueders. Publicó con Saposcat el conjunto de relatos y textos “Exageraciones”. 

Imagen: Martin Parr