Posted on: Abril 6, 2020 Posted by: odradek Comments: 0
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Anoche no pude dormir porque:

  1. A las una y media vi una araña de rincón de tamaño medio, traté de matarla con el zapato y fallé.
  2. Seguí en mis asuntos acompañada de la paranoia de ser mordida cada diez minutos por la araña que perdí de vista.
  3. A las dos y cuarto, cuando había terminado mis quehaceres, divisé otra araña de rincón de gran tamaño, llamémosla araña B.
  4. Fui a comer algo y la paranoia me prohibió entrar a la pieza.
  5. A las tres y media me tiré a la cama, preparada para morir en el intento.
    A las cuatro con veinte, a la luz del celular, divisé a la araña A por la cama.
  6. Empecé a investigar de forma neurótica todo sobre las arañas de rincón.
  7. “Los lugares más comunes donde puede encontrarse a La araña de rincón son: los closets, detrás de los cuadros, entremedio de libros, y en los lugares que son de difícil acceso o limpieza” ES DECIR TODA MI PIEZA.
  8. Hasta las cinco con quince no me pude mover, sentía cada dos o tres minutos, mordeduras imaginarias.
  9. A las cuatro y media descubro a la araña B. Salto, tomo mi zapato, muevo con cuidado las almohadas, y paf! la mato (no fue fácil, luchó por su vida).
    Hasta diez para la cinco comparé lo que quedaba de su cuerpo con imágenes extraídas de internet.
  10. Me quedé esperando en silencio la aparición de la araña A, supuse que vendría por la araña que maté, que claramente era su hermana mayor, su imagen materna. Ya que un humano descuidado había matado de un zapatazo a su progenitora, y tal antígona, la araña A buscaría, por un lado, un entierro digno y por otro la venganza que merecía su valiente hermana.
  11. Me vestí exageradamente pensando que eso me protegería, pero la paranoia me hizo sentir la araña dentro del ropaje medieval y caí en un trance no recomendado ni para mis vastos enemigos. Me volví a poner lo que suelo llamar “la polera del desencanto”, una gran polera roída por asquerosas polillas, que ahora siento en mi cabeza carcomiendo mi cerebro. Me preparé un café, agarré todas las galletas que cabían en mi mano y me fui a dar una vuelta.
  12. Amanecía y mis piernas temblorosas me obligaron a sentarme en una agradable banca en donde me dormí.
  13. A las siete con diez me despertó de forma tierna una señora, pensó que estaba en estado de ebriedad o dramáticamente drogada.
  14. Le expliqué a grandes rasgos mi problema y no sirvió de nada.
  15. Ahora pienso que mi discurso debe haber sonado algo así: “pieza-cerveza-desorden-libros-cuadros-arañas-arañas- arañas por todos lados-google-wikipedia-paranoía-ayuda-no puedo respirar-¿tiene un chicle?”.
  16. Volví a casa y me tiré en el sillón del living, ¿por qué no lo pensé antes?
  17. Asumiendo la fatalidad del asunto volví a mi pieza y me acosté de frente al cadáver de mi víctima: realmente grotesca, ni una pizca de hermosura. 

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No lamento la muerte que acaba con el sufrimiento. Invitación al descanso eterno, La inexistencia.

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Cuando me quedo donde mi madre, y voy a la pega, desayuno en un local camino al metro; el cabro que atiende tiene mi edad, es bueno para la talla, nos llevamos bien. Cuando llego me dice, princesa, la estaba esperando, yo me rio no más, y me pregunta, ¿anda con hambre?, yo asiento con la cabeza.

Me gusta porque no me pregunta ¿lo mismo de siempre?, lo supone.

Mientras me tomo el café le pregunto por su hija y él por mi madre.

 Los dos nos quejamos.

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Debido a la mediatización del tiempo, la fugacidad como bandera, la opinión expuesta, orgullosa, carente de reflexión, me declaro absuelta de todo grillete: no estoy ni ahí con facebook, lo ocupo como ocupo un sweater. 

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El gato de mi vecina lloraba en plena lluvia, eran gritos desesperados, cuando me acerqué corrió a un árbol que no quiso subir y se quedó quieto, mirándome. A la media hora llegaron sus dueños, les dije Hola hola, Miguel está aquí, abajo de la banca, y les expliqué que llevaba al menos una hora llorando y que quise ayudarlo y como no me dejó agarrarlo lo acompañé, o él a mi. Me contaron que Miguel no lo ha pasado bien este último tiempo, se cambiaron hace un mes de casa y antes del cambio murió su gato-hermano en el campo de unos amigos. Me contaron que no se ha adaptado bien al barrio, aquí hay una sarta de gatos tujas que pelean con garra por su territorio, de hecho he visto, y grabado, varios ataques furtivos a Miguel, les comenté.

Me invitaron a su casa y más por curiosidad que por gusto pasé, me sirvieron té y un pan con queso, se sentaron conmigo mientras Miguel miraba absorto una fotografía enmarcada por no decir la pared. Miguel no está bien, la muerte de Pinturita lo afectó mucho, me dijo ella, no quise preguntar cómo murió Pinturita ni la procedencia de su exótico nombre. 

He escuchado llorar a Miguel en otras ocasiones, les dije, pero saben no nos queda otra que acostumbrarnos a los cambios.

Se miraron sin saber si hablaba de Miguel, el gato, de ellos y su cambio de casa, o de todo un poco. Les pregunté si era común que no se subiera a los árboles, y me miraron asustados, ¿por qué?, nada nada, es que al escapar quiso subir a un árbol y no lo hizo, me llamó la atención. Pinturita murió así, me dijo ella, cayó muy alto de un árbol. Puta las cagué pensé, mejor me como el pan y me voy. El fue a buscar a Miguel, quien seguía mojado, lo puso en su regazo mientras me hablaban de Pinturita. Miguel es lindo, le dije, tiene un lindo rostro, aunque se nota que es un hombre difícil, no sé bien si hablaba de Miguel, a esa altura era un todo en uno.

Les conté un poco sobre mi experiencia con los gatos, los ayudé a retirar la mesa y me fui a casa. Mientras prendía la estufa me pregunté varias cosas -al menos para mí prender la estufa es un momento introspectivo. 

1) Nunca nos dijimos nuestros nombres 2) Sabemos historias íntimas de nuestros gatos pero nada sobre nosotros 3) Cuando dije “todos nos acostumbraremos a los cambios” hablaba de mí, no de Miguel ni de ellos 4) Miguel es un mal nombre para un gato, le queda mejor a un humano y 5) Prefiero la paternidad/maternidad con uno de la misma especie, creo que es importante un canal de comunicación que no sea a base de suposiciones.

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Estuve toda la mañana concentrada tratando de terminar un texto que nadie leería y me llama de forma insistente un número desconocido, posiblemente se marcó solo desde su bolsillo, debo ser un contacto fantasma. Logré escuchar música de fondo, en un momento pusieron un disco de Talking Head, me gusta ese disco, el 77, al parecer están en una fiesta, en una junta, hablan con un tono jovial, un tono alcohólico. Logré reconocer dos nombres, una chica se llama Stefani. 

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Cuando tenga un caballo lo llamaré cólera. Lo criaré como a un hijo, lo montaré cerro arriba, lo dejaré pastando con sus pares salvajes. De vez en cuando lo recordaré melancólica, lo imaginaré galopando. Cólera pensaré, Cólera, cuanto te quise, cuanto te quiero.

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Hay otra Florencia Astaburuaga en facebook y es mucho más feliz que yo. Se casó hace poco, de blanco, radiante. Se fue de luna de miel al caribe, ocupa ropa de tonos pasteles. Su pelo es lacio, bien nutrido, se le nota contenta, cada día mejor.

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Desde mi eterno escepticismo respecto a nuestra existencia, creo que tiene mucho sentido pensar en la ’emancipación’ femenina como una de las pocas ueas -sino la única- que puedan cambiar realmente el rumbo de la sociedad.

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Me gusta ir a cumpleaños de gente que no conozco.

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Consejo que me dio mi abuela antes de morir: quédate joven conchatumadre.


φ Florencia Astaburuaga (Santiago 1992) Ha desempeñado trabajos como transcriptora e investigadora. El año 2018 generó una investigación para Memoria Chilena, plataforma de la Biblioteca nacional, sobre el Video Arte en Chile. Como proyecto personal generó un catálogo junto a un breve estudio de los libros de artistas Juan Pablo Langlois.

Fotografía: Emilia Martín